La Doctrina de Choque: el capítulo no escrito sobre Libia


La Doctrina de Choque: 
el capítulo no escrito sobre Libia

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Poco antes de suicidarse en 1961, el escritor estadounidense Ernest Hemingway escribió sobre su terapia de electroshock: “Y bien, ¿qué sentido tiene que destruyan mi mente y borren mi memoria, que es mi patrimonio, y quedarme fuera de juego? Ha sido una remedio brillante pero hemos perdido al paciente”.

Estas líneas las citaba Naomi Klein en The Shock Doctrine: The Rise of Disaster Capitalism [La doctrina del shock: el auge del desastroso capitalismo]. El libro de Klein fue una importante contribución para nuestra comprensión de cómo los países occidentales, encabezados por Estados Unidos, facilitaron o se aprovecharon de importantes desastres para conseguir dominar países vulnerables y políticamente desarticulados en todo el mundo. En el capítulo titulado “Borrar Iraq: en busca de un ‘modelo’ para Oriente Próximo”, Klein describe el intento de destruir y luego resucitar al país para que encajara el molde diseñado por quienes administraron su caída. Concluía la Parte 6 con la siguiente afirmación: “Así que al final, la guerra en Iraq creó un modelo económico... se trata del modelo de privatización de la guerra y la reconstrucción —un modelo que rápidamente estuvo listo para su exportación”.

Estados Unidos había comenzado su guerra contra Iraq en 2003 con la campaña de bombardeos “Conmoción y pavor”. El objetivo era desubicar no sólo a Sadam Husein sino a la sociedad iraquí en su conjunto. Se daba por hecho que frente a tal capacidad de poder de fuego ningún grupo iraquí se atrevería a desafiar a sus nuevos gobernantes. Todos sabemos ahora lo equivocados que estaban. El hecho de que los terapeutas del shock se encuentren negociando en la actualidad los términos de su retirada no hace sino confirmar que la doctrina del shock fracasará en el futuro. En lugar de “curar al paciente” —como si eso hubiera sido alguna vez su verdadera intención— resplandece en una serie de crisis que se extienden más allá de los límites de la operación.

Sin embargo, de alguna manera, el “modelo” iraquí aún está siendo exportado, y la víctima actual de esta triste saga es Libia.

Lo que comenzó en Libia como una protesta pacífica el 15 de febrero pronto derivó en una guerra civil entre partes beligerantes que se posicionaban cada una como las verdaderas salvadoras del pueblo libio. Un Consejo Nacional de Transición (CNT), en su mayor parte integrado por desertores del régimen de Gadafi, decía representar a todos los libios. Por supuesto que no poseía tal mandato excepto por la rápida validación que les confirió la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Quizá el ejército libio confiaba en que su superior capacidad de fuego y las conexiones de Mu’amar al-Gadafi con los miembros de la OTAN que apoyaban al CNT garantizarían un resultado de la batalla a su favor.

Pero la OTAN hizo un cálculo diferente. En primer lugar, la llamada primavera árabe ha cambiado el estable paradigma de Oriente Próximo y Norte de África, donde los principales cambios geopolíticos están determinados con frecuencia por factores externos. Ello brinda a Estados Unidos y a sus aliados margen para iniciar políticas en lugar de responder a las crisis. En segundo lugar, según ha explicado Klein, las crisis pueden convertirse rápidamente en oportunidades para intervenciones “humanitarias” que permiten a las potencias occidentales crear escenarios de post-crisis convenientes a sus intereses. En Iraq, tras la guerra de 1991, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia declararon zonas de exclusión aérea sobre el norte y el sur del país. Se basaban en una interpretación discutible de la resolución 668 de Naciones Unidas. Los parámetros de la misión de las zonas de exclusión aérea finalmente se extendieron hasta significar la guerra abierta en 2003. Asimismpo, el argumento en que reposó dicha intervención se modificó también adecuadamente.
En Libia el escenario fue similar pero el tiempo era esencial. Los países de la OTAN (al borde de la bancarrota) que habían iniciado la guerra contra un ex aliado entendieron que no estaría en el ánimo de sus opiniones públicas apoyar una intervención militar costosa y prolongada. Por lo tanto, a diferencia de Iraq, a la OTAN le llevó cuestión de días interpretar la resolución 1973 del Consejo de Seguridad —que autorizaba “todas las medidas necesarias” para proteger a los civiles— en el sentido de un cambio de régimen en Libia.

Desde el punto de vista de la OTAN, las operaciones abiertas y encubiertas producirían resultados más rápidos y más satisfactorios en Libia que años de sanciones, ataques aéreos, debates sobre las resoluciones de Naciones Unidas y, finalmente, una invasión a gran escala. El comportamiento de la OTAN en Libia pareció estar controlado por un mayor sentido de urgencia que en el caso de Iraq. Y aún así, existen evidentes puntos en común. Libia fue Iraq, repetidamente conmovida y despavorida; Sirte fue Faluya, y Sadam colgado de una soga fue un Gadafi ensangrentado y moribundo en la parte trasera de un camión.

En su visita a la “tierra libre de Libia” el 18 de octubre, la secretaria de Estado estadounidense Hillary Clinton esperaba que Gadafi fuera pronto capturado o muerto. La expectación fue reiterada por los responsables británicos y franceses, todos aparentemente deseosos de pasar de una época de dictadura a una de democracia. Pero el caos de seguridad que ya ha enraizado en Trípoli parece el destino más probable que espera a la “nueva Libia”. El líder provisional libio ha planteado la opción de incorporar combatientes libios al ejército o contratistas de seguridad privada. En cuanto a la reconstrucción, aquí también se seguirá el ejemplo de Iraq. Se encargará la misión a los miembros de la OTAN que han hecho méritos en la “liberación” libia.

Senadores estadounidense de la derecha, incluido John McCain, escribieron sobre Libia en The Wall Street Journal lo siguiente:
    Lo que queda es una oportunidad enorme para que Estados Unidos construya una asociación con un gobierno libio democrático y pro-estadounidense que contribuya a expandir la seguridad, la prosperidad y la libertad a través de una región clave en un momento de cambio revolucionario.
Los terapeutas del shock siguen aplicando su horrible tratamiento a otra víctima. El futuro de Libia es ahora tan incierto como el de Iraq. Y aún así, como en Iraq, ello no significa que el tratamiento vaya a tener éxito. Como escribiera Ernest Hemingway una vez: “Un hombre puede ser destruido pero no derrotado”.

Fuente: http://www.uruknet.info/?p=m82582&hd=&size=1&l=e