Siria, Ucrania y el mundo que viene
Lo sucedido
en Ucrania es resultado de una decisión de Estados Unidos y de la Unión Europea
–decisión tomada desde hace tiempo– de asestar un golpe a Rusia en el corazón
de su zona de influencia estratégica.
Ucrania es para
Rusia de gran importancia económica y militar. Situada entre Asia y Europa
oriental, constituye uno de sus escasos accesos a los mares cálidos, con la
Flota del Mar Negro, basada en Crimea. Es también por Ucrania por donde pasan
los gaseoductos que alimentan Europa con el gas ruso.
Está de más decir
que el golpe de Estado estadounidense-europeo en Ucrania es totalmente
anticonstitucional y que nada tiene de democrático. Es una violación flagrante
del acuerdo concluido –bajo la égida de los ministros europeos de Relaciones
Exteriores– entre el presidente Viktor Yanukovich y la oposición. Las huellas
de los servicios de inteligencia de Estados Unidos y de los miembros de la
Unión Europea aparecen claramente en los acontecimientos que desembocaron en el
derrocamiento de Yanukovich, quien buscó refugio en Rusia.
Esta escalada
occidental contra Rusia tiene como objetivo imponer a Moscú las reglas del
nuevo sistema de relaciones internacionales, bajo la dirección de Estados
Unidos, según la concepción de Richard Haas, presidente del Council of Foreign
Relations.
Estos
acontecimientos plantean a Rusia el desafío que consiste en defender su
seguridad nacional y sus intereses supremos así como su propia concepción de la
asociación internacional entre ella y Estados Unidos.
Hay que reconocer
que Rusia dio muestras de pasividad antes del inicio de la conferencia Ginebra
2 sobre Siria, lo cual estimuló a Washington y Occidente a tratar de forzarle
la mano a la dirección rusa así como a tratar también de sentar precedentes y
recurrir a una lógica de hechos consumados.
Al aceptar que Irán
no fuese invitado a la conferencia Ginebra 2 y que el secretario general de la
ONU siguiese recibiendo órdenes de Estados Unidos, Rusia dio muestras de
sumisión al concepto de asociación que Washington pretende imponer, en
detrimento de la lógica del equilibrio y la igualdad en materia de responsabilidades.
Eso llevó naturalmente a estadounidenses y occidentales a dar muestras de
arrogancia y a mostrarse provocadores, lo cual pudo verse durante la
Conferencia de Munich sobre el tema de Ucrania y el escudo antimisiles.
El Estado sirio ha
logrado, gracias a su firmeza en la gestión del enfrentamiento, hacer fracasar
la agresión y preservar su alianza con Rusia. La solidaridad, la racionalidad y
el espíritu de resistencia desplegados por la delegación siria durante la
negociación de Ginebra también hicieron fracasar el plan de Estados Unidos,
consistente en explotar las lagunas creadas por la pasividad de Rusia.
En este momento,
después de lo sucedido en Ucrania, toda reevaluación por parte de Rusia tendrá
que llevarla a ser más firme en la lucha contra el terrorismo y en la adopción
de medidas tendientes a aislar a todos los Estados implicados en el apoyo al
terrorismo. En el Consejo de Seguridad de la ONU, Rusia debe intensificar su
accionar en contra de los padrinos del terrorismo, visión que defienden Siria e
Irán. Estos dos países han desplegado serios esfuerzos por preservar y
fortalecer su alianza con Rusia, teniendo a la vez mucho cuidado de tener en
cuenta los cálculos de Moscú, aún cuando no estaban totalmente convencidos de
la lectura y del análisis ruso sobre la posición estadounidense en relación con
la lucha contra el terrorismo –terrorismo respaldado, financiado, entrenado y
armado precisamente por Estados satélites de Estados Unidos, como Turquía,
Qatar y Arabia Saudí.
Sea cual sea la
naturaleza de la respuesta de Rusia en Ucrania, estará en concordancia con una
política rusa más firme en cuanto al tema de Siria. Mientras tanto, el Estado
sirio y sus aliados siguen obteniendo éxitos políticos y militares y sigue
aumentando el respaldo popular a la dirección siria. Estados Unidos se dispone,
por su parte, a cubrir un proyecto israelí tendiente a crear –en territorio
sirio– una «zona de seguridad» controlada por una milicia sometida a Israel.
Varios meses nos
separan de la hora de la verdad en Afganistán, donde la administración Obama se
verá obligada a abrir canales de negociación con Irán y Rusia. En estos meses
deben aparecer nuevas fórmulas que permitan instaurar una nueva forma de
asociación internacional, que tendrá que comenzar por un cambio en la
estructura y la correlación de fuerzas en la ONU, para liberar a esa
organización de la hegemonía estadounidense.
La victoria de
Siria, que hoy se perfila en el horizonte, culminará con la reelección del
presidente Bashar al Assad, cosa que ya reconocen varios informes de
inteligencia estadounidenses presentados al Congreso en Washington.
Asistiremos
entonces al nacimiento de un nuevo mundo.
Ghaleb Kandil – Tendances d´Orient
ESTADOS UNIDOS CONTRA EL MUNDO
Estados Unidos es el principal enemigo de la libertad, la democracia y
la paz mundial. Ahora mismo mantiene una ofensiva simultánea contra Venezuela,
Ucrania y Siria, con el objetivo de derrocar a sus gobiernos, saquear sus
riquezas naturales y apropiarse de sus rutas comerciales. Las reservas de
petróleo de Venezuela, los gaseoductos rusos que atraviesan Ucrania y la
posición geoestratégica de Siria explican una nueva agresión imperialista, que
se disfraza de protestas populares, exigiendo un cambio de régimen. Los
acontecimientos siempre reproducen la misma secuencia. Los manifestantes ocupan
pacíficamente calles y plazas, pero no tardan en producirse actos de violencia
y pérdidas de vidas humanas. Thierry Meyssan, fundador y presidente de la Red
Voltaire, afirma que no se trata de incidentes incontrolados: “…fuerzas
especiales o elementos a las órdenes de Estados Unidos o de la OTAN,
convenientemente ubicados, disparan a la vez contra la multitud y contra la
policía. Así sucedió en Deraa (Siria) en 2011, al igual que en Kiev
(Ucrania) y en Caracas (Venezuela) en los últimos días. En el caso de
Venezuela, las autopsias practicadas demuestran que 2 víctimas –un
manifestante de la oposición y otro favorable al gobierno– fueron baleadas con
la misma arma”. Estados Unidos no deja nada al azar. Cada acto de injerencia se
realiza desde un país vecino, que permite dirigir la operación desde la
retaguardia, creando una zona de escape y apoyo militar, financiero y
sanitario. En los casos de Siria, Ucrania y Venezuela, desempeñan ese papel
Turquía, Polonia y Colombia, respectivamente. Si Estados Unidos consigue sus
objetivos, ningún país podrá estar tranquilo.
LA GUERRA CONTRA SIRIA
Siria no posee grandes reservas de petróleo. En
1996, producía 600.000 barriles diarios. En 2011, su producción se había
reducido a 334.000 barriles, la mayoría para consumo doméstico, un 0’5% de la
oferta mundial de crudo. Las reservas de gas son más importantes, pero aún no
han sido evaluadas con exactitud. La importancia de Siria no reside en sus
riquezas naturales, sino en su posición geoestratégica. Se ha repetido muchas
veces que controlar Siria significa controlar Oriente Medio. Tal vez por eso
los gobiernos de Estados Unidos y Reino Unido realizan desde hace muchos años operaciones
especiales (en realidad, actividades terroristas) en Siria e Irán, el gran
protagonista de la zona. Seymour Hersh, reportero de The New Yorker, reveló en 2007
que Washington actuaba conjuntamente con Arabia Saudí, Turquía y las monarquías
del Golfo para debilitar el frente chiita compuesto por Teherán, Damasco y
Hezbolá. El ministro francés Roland Dumas admitió algo después que Londres
también participaba en operaciones encubiertas para desestabilizar Siria, Irán
y Líbano. El siguiente paso consistió en organizar revueltas capaces de
derrocar a sus gobiernos, armando y proporcionando instrucción militar a
presuntos ejércitos de liberación. Los alauitas, una escisión del chiismo, sólo
son el 12% de la población en Siria y eso explica que los Asad siempre hayan
mantenido un clima de represión contra la mayoría sunita y el pueblo kurdo.
Cuando Bashar se convirtió en presidente de Siria, puso en marcha un tibio
reformismo e intentó mejorar las relaciones con la UE, Turquía y Arabia Saudí.
Su oposición a la invasión norteamericana de Irak y sus lazos con Hamas y
Hezbolá malograron sus esfuerzos diplomáticos, pero en 2007 la situación de
Irak y el Líbano se habían estabilizado y Bashar estableció nuevamente
relaciones con Estados Unidos, Turquía y la UE. Siria intentó explotar su
posición privilegiada en las rutas comerciales del gas, pues su territorio
conecta el Mediterráneo, el Caspio, el Mar Negro y el Golfo Pérsico. Casi
todos los expertos sostienen que el gas será la principal fuente de energía en
el siglo XXI. Constituirá la alternativa a la reducción de las reservas
mundiales de petróleo, con la ventaja de ser una fuente de energía menos contaminante.
En 2009, el emir de Qatar y el presidente turco Recep Tayyip Erdogan anunciaron
el proyecto de construir un gasoducto que transportará el gas catarí hasta
Turquía, atravesando Siria. El pequeño emirato catarí ocupa el tercer lugar en
reservas mundiales de gas natural y es el primer productor de gas licuefactado
(LNG). La idea era comunicar el pozo de gas catarí de North Pars con el
gasoducto Nabucco, el malogrado proyecto de la UE para combatir su dependencia
energética de Rusia. Rusia produce el 32% del gas natural que consumen los
hogares europeos. El gas catarí sólo representa un 9%. El proyecto turco-catarí
implicaba una ruta alternativa, capaz de menoscabar la hegemonía rusa, pero
Siria canceló su apoyo cuando Ankara decidió respaldar a los insurgentes y
entendió que se buscaba derrocar a su régimen como un paso preliminar para
destruir Irán y blindar Israel, estado número 51 de los Estados Unidos. Aunque
no hace frontera con el régimen de los ayatolás, Siria es un balón de oxígeno
para Irán, cercado por países hostiles (Turquía, Arabia Saudí) o intervenidos y
ocupados por un amplio despliegue militar norteamericano (Irak, Afganistán,
Pakistán). Las fronteras iraníes con Armenia, Azerbaiyán y Turkmenistán son
irrelevantes, pues carecen de capacidad disuasoria. Después de cancelar su
apoyo al gasoducto turco-catarí, Damasco firmó varios acuerdos con Teherán para
trasladar el gas iraní hacia su territorio, un proyecto que le convertiría en
el principal centro de almacenamiento de Oriente Medio, con acceso a las
reservas del Líbano. Se ha dicho que en ese momento comenzó la guerra por el
control de Siria.
Rusia
intervino, apoyando al clan de los Assad, pues no podía permitir que los
rebeldes sirios restablecieran el proyecto turco-catarí y, lo que no es menos
grave, ocuparan la base Tartus. Tartus es la única base naval de la Armada Rusa
en el Mediterráneo. Técnicamente, no es una base, sino un puerto de
mantenimiento, reparación y abastecimiento, con dos talleres flotantes para
realizar reparaciones y aprovisionarse de combustible, agua dulce y fruta.
Dispone de un personal de 600 funcionarios rusos del Ministerio de Defensa. En
marzo de 2011 comenzaron los disturbios en Siria. La insurgencia contaba con
poderosos aliados: Qatar, Turquía, Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia. Nueve
meses más tarde, Rusia envió a la base de Tartus una flota encabezada por el
portaaviones “Almirante Kuznetsov”, acompañado por el gran destructor
antisubmarino “Almirante Chabanenko”. Para llegar a su destino, tuvo que rodear
el continente por su parte occidental y penetrar en el Mediterráneo por el
estrecho de Gibraltar. El portaaviones no pudo entrar en la base de Tartus por
su gran calado. Se limitó a quedarse en la rada, mientras otros barcos entraban
en el puerto para aprovisionarse. ¿Por qué este alarde de fuerza, que implicó
movilizar al “Ladni”, barco de guardia de la flota del Mar Negro, obligándole a
atravesar el Bósforo y el estrecho de los Dardanelos para reunirse con el
“Almirante Kuznetsov” y su escolta? Simplemente fue la respuesta a las
maniobras de la VI Flota Operativa de la Marina de Guerra de los Estados
Unidos, que patrullaba cerca de las costas de Siria, con varios portaaviones,
incluido el “George Bush”, un modelo de última generación con armamento nuclear.
Por supuesto, Estados Unidos y Rusia comunicaron al mundo que sus maniobras se
habían planificado con meses de antelación y no guardaban ninguna relación con
la guerra civil que devastaba Siria.
Los
rebeldes sirios ya controlan los campos petrolíferos y los principales
yacimientos de gas, pero sus disputas internas y la resistencia del régimen de
los Assad han estancado la guerra, sin que nada insinúe un desenlace cercano.
Además, el clan de los Assad sigue dominando las montañas alauíes del Oeste, su
feudo natal y lugar de paso obligado para cualquier gasoducto. No sé cuál será
el final de la guerra civil siria, pero es evidente que la intromisión de
Estados Unidos y la UE no obedece al propósito de proteger los derechos
humanos. Se acusa a Siria de haber utilizado armas químicas contra su población
civil, pero lo cierto es que aún no se ha esclarecido la responsabilidad de la
masacre de Guta, suburbio de Damasco. Se dijo que el régimen de Bashar al-Assad
había acabado con la vida de 1.400 personas el 21 de agosto de 2013, pero
Médicos sin Fronteras sólo contabilizó 355 víctimas. Las imágenes de niños
agonizando conmovieron al mundo y el Presidente Barack Obama se pronunció a
favor de una intervención militar norteamericana “limitada en tiempo y alcance”,
sin necesidad de enviar tropas terrestres. Algunos medios de comunicación
cuestionaron la versión que atribuía la execrable matanza al gobierno de Bashar
al-Assad. Dale Gavlak, corresponsal de Associated Press, se entrevistó con
el Ejército Libre de Siria y recogió testimonios que atribuían el ataque a los
insurgentes. Presuntamente habían sufrido un accidente con las armas químicas
entregadas por el príncipe Bandar bin Sultan, director de la Agencia de
Inteligencia saudí Al-Mukhabarat al-’Ammah. La inexperiencia en el manejo de
esta clase de armamento provocó la masacre.
En
Siria se aplica la misma estrategia que en Libia, acusada por los grandes
medios de comunicación de un presunto genocidio que jamás se ha probado. Al
igual que en Siria, se ocultó que la OTAN llevaba meses armando y entrenando
clandestinamente a desertores libios y mercenarios de Al Qaeda para derrocar al
gobierno de Muamar el Gadafi. En ambos países, la OTAN puso en práctica su
nuevo “concepto estratégico”, aprobado en 2010 en la Cumbre de Lisboa. Con el
pretexto de proteger a los países de la Alianza de “cualquier amenaza que
afecte a su seguridad”, se atribuía a la OTAN nuevas competencias que incluían
una supervisión global sobre la política, la economía y el medio ambiente. La
“defensa colectiva, la gestión de crisis y la seguridad cooperativa” sólo eran
eufemismos para extender un cheque en blanco a las intervenciones militares en
países extranjeros. Las 40.000 bombas lanzadas en Libia por la OTAN, que
mataron a una buena parte de las 70.000 víctimas del conflicto y destruyeron
las infraestructuras del país, respondían a intereses nada humanitarios:
apoderarse de la principal reserva de petróleo de África, controlar la segunda
reserva mundial de agua dulce, frustrar el proyecto libio de un Fondo Monetario
y una moneda africanos, apropiarse de los 150.000 millones de dólares y las 144
toneladas de oro del Banco Central, expulsar a las 70 empresas chinas que
trabajaban en la construcción de puentes, infraestructuras de transporte y gasoductos,
preparar el asalto a Siria e Irán, consolidar el domino estadounidense en el
Mediterráneo e imponer a la UE el embargo del crudo iraní (gracias al control
de las reservas libias e iraquíes). Demonizado por la prensa, muy pocos
repararon en que Gadafi había conseguido erradicar el hambre en Libia,
alfabetizar al 80 por ciento de la población, universalizar el acceso a la
sanidad y el agua potable, y garantizar los derechos de las mujeres, con una
esperanza de vida de 79 años en un continente con un promedio de 49.
Gadafi
cometió el error de ofrecer las reservas de oro del Banco Central de Libia para
crear una nueva moneda de reserva mundial, alternativa al dólar. Un desafío tan
intolerable como el de Saddam Hussein, cuando a finales de 2000, animado por
Francia y otros países de la UE, intentó vender el petróleo iraquí en euros a
cambio de alimentos. A veces se olvida que en 1970 Estados Unidos logró
imponer el dólar estadounidense como moneda única para comprar y vender crudo.
El Presidente Nixon aseguró al Rey Faisal de Arabia Saudí que protegería sus
campos petrolíferos de enemigos potenciales, como Irán, Iraq o la Unión
Soviética, si vendía su crudo exclusivamente en dólares e invertía los
beneficios en moneda, bonos y letras del tesoro estadounidenses. En 1975, todos
los países de la OPEP establecieron el mismo acuerdo. El monopolio del dólar en
el negocio del petróleo acentuó su condición de moneda de reserva para el
comercio mundial, garantizando un enorme depósito de crédito para la economía norteamericana,
pues todos los países empezaron a acumular dólares para mejorar su
competitividad y fijar el precio de su propia moneda en materia de
importaciones y exportaciones, de acuerdo con el cambio de divisas y la
coyuntura internacional. El desafío de Saddam Hussein contra la hegemonía del
petrodólar impulsó a otras naciones a imitar su ejemplo. Rusia, Irán,
Indonesia, Venezuela y la UE mantuvieron conversaciones con la OPEP para
analizar las consecuencias de utilizar su moneda para comprar petróleo. Estados
Unidos cortó en seco esta iniciativa. En marzo de 2003 invadió Irak y el dólar
recuperó sus privilegios. Todos los países entendieron el mensaje y abandonaron
su tímida ofensiva contra el sistema del petrodólar. En febrero de 2011,
Dominique Strauss-Kahn, director del FMI, planteó otra vez la necesidad de
crear una nueva moneda de reserva global con el discreto apoyo de Angela
Merkel. Un escándalo sexual defenestró a Strauss-Kahn, que se libró de la
cárcel, presentando su dimisión. Si pudiera comprarse y venderse crudo en
yenes, yuanes, rublos o cualquier otra moneda, el dólar se desplomaría y
Estados Unidos perdería su papel de gran potencia mundial. Si Bashar al-Assad
no es derrocado, será imposible extender la influencia de Estados Unidos en Oriente
Medio, controlando las rutas comerciales del gas y el petróleo. El objetivo
final es la caída de Irán y la seguridad de Israel. Este objetivo no se
materializará mientras Siria conserve su soberanía y pueda dirigir libremente
su política exterior.
LA REVOLUCIÓN GRIS DE UCRANIA
El gas se ha vuelto tan importante como el petróleo. Estados Unidos lo sabe y por eso se ha movilizado para estrangular al oso ruso, construyendo nuevos gasoductos o apropiándose de las rutas comerciales ya existentes. Rusia es el mayor exportador de gas natural del planeta y la UE es su cliente más importante, que le compra el 74% de su producción. El 50% de ese comercio se lleva a cabo mediante gasoductos situados en territorio ucraniano. Hasta ahora, Rusia controlaba la situación, no sin ciertos problemas, pero si Ucrania se integra en la UE y entra en la esfera de influencia de Estados Unidos, sufrirá un gravísimo revés comercial y será infinitamente más vulnerable, pues la OTAN extenderá su dominio hasta sus fronteras. Hace poco se filtró una conversación telefónica entre Victoria Nuland, Subsecretaria de Estado de Estados Unidos, con el embajador norteamericano en Kiev. Nuland se quejaba de que la UE no lograba derrocar al gobierno de Yanukóvich. No es un simple desliz. La presencia del senador McCain en la Plaza de la Independencia de Kiev (Maidan Nezalezhnosti) corrobora la intención de Estados Unidos de forzar un cambio en Ucrania, eliminando cualquier obstáculo para su ingreso en la OTAN y la UE. Aparentemente, las protestas nacieron para frenar la entrada en vigor de una ley represiva, que limitaba el derecho de manifestación y asociación. Enseguida, las reivindicaciones se ligaron al ingreso en la UE, supuesta tierra prometida, pese a sus millones de parados y desahuciados. Al igual que Thierry Meyssan, la periodista iraní Nazanín Armanian afirma que esta clase de disturbios no surgen espontáneamente, sino de acuerdo con una planificación exterior: “El modus operandi de la UE y Estados Unidos ha sido aplicar el modelo de las primaveras libia y siria: Protestas pacíficas convertidas, de repente, en levantamientos armados de bandas tenebrosas con disciplina militar que provocan caos y terror para dar la impresión del peligro de masacre y guerra civil. Que los dictadores respondan con una dura represión señala que ninguno representa los intereses de los ciudadanos”. Estados Unidos siempre ha soñado con dominar Ucrania, pues de ese modo fortalecería su posición en la Nueva Europa y evitaría la creación de un eje París-Berlín-Moscú, opuesto a sus intereses. No está de más recordar que el canciller Gerhard Schröder se negó a intervenir en la invasión de Irak en 2003. A pesar de su alineamiento con Estados Unidos, Alemania nunca ha renunciado a recuperar su soberanía. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Alemania vive una situación de humillante colonización, con 227 bases norteamericanas en su territorio. En 2010, Angela Merkel firmó a su pesar un préstamo con el FMI de 750.000 millones de dólares, con el objeto de recapitalizar los bancos europeos con problemas de liquidez y solvencia. Merkel sabía que con su firma la UE cedía parte de su soberanía, pero esa opción era preferible a la caída del euro, lo cual acarrearía la suspensión de pagos de los países del Sur de Europa (sus principales deudores) y una apreciación del marco que hundiría las exportaciones alemanas. Tal vez por eso, ahora ha roto su tradicional neutralidad para apoyar a Vitali Klitschko, líder de la oposición ucraniana, con residencia en Hamburgo. Si Klitschko llega a gobernar, Alemania podría extender su influencia hasta el Mar Negro y abrir una ruta hacia Oriente Medio, pasando por los Balcanes.
Vladimir
Putin también cuenta con Ucrania, pero con otras intenciones. Su deseo es crear
una Unión Euroasiática capaz de competir con la Unión Europea. Ucrania sería
imprescindible para plasmar un proyecto que se ha fijado para 2015. Estados
Unidos intenta frustrar esos planes, impulsando un gobierno anti-ruso, que
acuerde la integración de Ucrania en la UE y la OTAN. Si no es posible, Estados
Unidos prefiere que Ucrania se balcanice, dividiéndose en una zona
ruso-ortodoxa y otra ucraniana-católica. De ese modo, Ucrania se transformaría
en una tierra de nadie, perdiendo su condición de puente entre Europa y Rusia.
Rusia no puede consentir que suceda algo semejante, pues necesita los
gasoductos que ha construido en Ucrania para seguir vendiendo a la UE. Tampoco
puede prescindir de su base naval en Sebastopol ni perder el acceso a los
abundantes productos agrícolas ucranianos. Todo apunta que Estados Unidos
intenta estrechar su cerco militar y diplomático contra Rusia. Si controlara
Ucrania, podría incluso desplegar en un futuro escudos antimisiles en su
territorio, como ya ha hecho en Rumanía y Polonia. No es un secreto que la
Revolución Gris apunta al corazón del antiguo adversario ruso. En la Plaza de
la Independencia, se repite la consigna: “Ayer Kiev, mañana Moscú”.
Cuando
se desintegró la URSS, Estados Unidos se apropió de casi todas sus zonas de
influencia en Europa Oriental. A veces, se limitó a absorberlas, utilizando su
enorme poder militar y económico, sin necesidad de recurrir a maniobras
desestabilizadoras. Polonia, República Checa, Hungría, Estonia, Letonia,
Lituania, Bulgaria, Rumanía, Eslovaquia, Eslovenia, Croacia y Albania acabaron
en sus redes, sin grandes esfuerzos. En el caso de Yugoslavia, se utilizó la
misma estrategia de las “primaveras árabes”: alimentar las viejas tensiones
étnicas, agitar la violencia, manipular a la opinión pública mediante los
grandes medios de comunicación, aplicar una estricta censura militar para que
las víctimas de los bombardeos de la OTAN se hicieran invisibles. Estados
Unidos afirmó que su intervención solo pretendía frenar la violencia étnica y
proteger a la población civil, pero con ese pretexto destruyó hospitales,
escuelas, fábricas, vías fluviales y puentes. Yugoslavia desapareció como
Estado socialista no alineado y en su lugar aparecieron mini-estados tutelados
por la OTAN. Rusia perdió una de sus rutas comerciales hacia el Mediterráneo.
De hecho, el proyecto de gaseoducto ruso-greco-búlgaro se sustituyó por un
gaseoducto que recorrería Albania, Macedonia y Bulgaria. Estados Unidos se hizo
con los Balcanes, sus recursos y sus mercados, impidiendo que Alemania se
convirtiera en una potencia regional, aprovechando su estrecha relación con
Eslovenia y Croacia. La independencia de Kosovo fue la jugada maestra de
Estados Unidos, pues le permitió levantar Camp Bondsteel, la mayor base militar
norteamericana del mundo fuera de sus fronteras. Kosovo se convirtió en un
narco-estado, que empezó a distribuir por Europa la heroína producida en
Afganistán bajo la protección de las fuerzas militares norteamericanas. Son
muchos los que acusan a Estados Unidos de promover y proteger narco-estados
como México y Colombia, y no es un secreto que Wall Street lava impunemente el
dinero procedente del tráfico de drogas, inyectando liquidez -dinero real, no
virtual- en sus balances. Algunos analistas apuntan que gracias a ese dinero,
muchos bancos se han salvado de la quiebra desde que se inició la crisis en
2008.
Controlar
Ucrania es el paso necesario para desmantelar la Federación Rusa. Si la
Revolución Gris triunfa, Estados Unidos podría desestabilizar a su viejo
enemigo, aprovechando su carácter multiétnico y plurinacional. La estrategia de
las primaverasárabes podría ser mortífera para el país más extenso del
mundo, con 21 repúblicas e importantes minorías étnicas (tártaros, ucranianos,
baskires, chuvasios, chechenos, armenios y otros). Escribe Nazanín Armanian: “Demonizar
a Rusia (más allá de la naturaleza de su régimen) forma parte de la propaganda
de la peligrosa guerra que están cocinando. Dedicar horas en los medios de
comunicación a las chicas de Pussy-Riot y ni un minuto a los continuos
bombardeos de la aviación de EEUU sobre Afganistán, Pakistán, Yemen, Mali, o a
la desastrosa y trágica situación que han dejado en Irak o Libia, forma parte
de la Propaganda de Guerra”. Desmantelar la Federación Rusa permitiría contener
el avance de China, que en un futuro podría arrebatar a Estados Unidos el papel
de primera potencia mundial.
LA GUERRA CONTRA LA REVOLUCIÓN BOLIVARIANA
El
tercer frente de Estados Unidos en el momento actual está en Venezuela. De
nuevo, el mismo guión. Manifestaciones pacíficas que desembocan en un baño de
sangre por culpa de disparos de incierta procedencia. Hugo Chávez ganó 16
elecciones democráticas en quince años, pero la prensa europea y norteamericana
nunca se cansó de escarnecerlo, acusándole de dictador. Nicolás Maduro también
ganó unas elecciones democráticas, cuya transparencia y limpieza reconocieron
la UE, la OEA y el centro Carter. Sin embargo, las manifestaciones que se han
desatado en diferentes puntos de Venezuela cuestionan la legitimidad de Maduro
y exigen su dimisión. Se le responsabiliza de la inseguridad ciudadana, una
inflación del 56%, los frecuentes cortes de energía eléctrica y la escasez de
productos de primera necesidad, como leche, azúcar, medicinas e incluso papel
higiénico. El Observatorio Venezolano de Violencia señala que en 2013 se
produjeron 24.763 muertes violentas. Esto significa una tasa de 79 muertos por
cada 100.000 habitantes. Dicho de otro modo, un 12% de los fallecimientos
anuales están relacionados con actos de violencia, sin incluir en esa cifra los
accidentes ni los suicidios. Se han denunciado excesos policiales en la
represión de las protestas, pero Nicolás Maduro no se ha escudado en pretextos
autocomplacientes. De hecho, ha destituido a Manuel Bernal, director del
Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional, después de conocer que sus tropas
desobedecieron la orden de acuartelarse. Los problemas de inseguridad y escasez
son reales, pero no es menos cierto que el gobierno de Maduro disfruta de un
amplio apoyo popular, pues invierte grandes cifras en programas sociales. En
2013, la inversión social representó el 37’3 % del presupuesto nacional. Es
decir, 23.461 millones de dólares que se dedicaron a mejorar el nivel de vida
de los sectores más humildes. Sólo en vivienda y desarrollo urbano se
invirtieron 939 millones de dólares. Se afirma que el gobierno reprime a la
prensa, pero los periódicos no han reducido su tirada por la censura, sino por
el control cambiario. En el mercado negro, un dólar vale 10 veces más que los
6’3 bolívares oficiales. Por eso, la mayoría de los periódicos no han podido importar
papel. El diario El Nacional ha reducido un 40% su número de páginas
por este motivo. Es cierto que Venezuela ha expulsado a tres periodistas de la
CNN y a tres diplomáticos norteamericanos, pero son abrumadoras las pruebas
sobre su connivencia con las fuerzas opositoras y su papel desestabilizador,
incitando a la violencia. El senador republicano John McCain, que se desplaza
incansablemente a todos los frentes, ha pedido una intervención militar, con el
apoyo de tropas de Colombia, Perú y Chile. Por supuesto, con el objetivo de
instaurar la paz y la democracia. Hasta que llegue ese momento, se utiliza la
misma estrategia que en Libia, Siria o Ucrania: violencia callejera orientada a
desatar la brutalidad policial, una campaña mediática internacional contra el
gobierno y una hipócrita retórica sobre la necesidad de defender los derechos
humanos. El 11 de abril de 2002 ya se ensayó algo parecido, con un golpe de
Estado contra Hugo Chávez que fracasó en 48 horas, gracias a la oposición
popular. Estados Unidos siempre ha conspirado contra la Revolución bolivariana
y el socialismo del siglo XXI. El carisma de Chávez impidió que sus planes
prosperaran, pero después de su muerte y la subida al poder de Maduro su
impaciencia ha crecido y ya no parece dispuesto a esperar más. Considera que la
revolución en su patio trasero debe acabar, frenando el avance de la izquierda
en América Latina.
Bolivia,
Brasil, Uruguay y El Salvador están en manos de partidos socialistas o
indigenistas. Es un socialismo tímido y reformista, pero que incomoda tanto a
Washington como el socialismo panarabista de los tiempos de Nasser. El objetivo
primordial de Estados Unidos en Venezuela es controlar las mayores reservas de
petróleo del planeta. El senador McCain no se ha mostrado ambiguo: “[hay] que
proteger y garantizar el flujo de petróleo hacia Estados Unidos, cuidando esos
recursos estratégicos y velando por nuestros intereses globales”. Estados
Unidos posee grandes reservas de petróleo y gas no convencionales. Se trata de
petróleo y gas de esquistos bituminosos (Shale Oil y Shale Gas) que se obtiene
de rocas sedimentarias arcillosas. El petróleo de esquistos puede ser utilizado
para los mismos fines que el crudo, pero se extrae mediante diferentes
técnicas. La técnica principal consiste en inyectar presión en el sustrato
rocoso que encierra el petróleo o el gas. Es lo que se llama “fracturación
hidráulica”. El problema de los hidrocarburos de esquistos es que su extracción
es muy costosa y afecta negativamente al medio ambiente. El proceso de
extracción contamina el agua dulce, incluso en niveles muy profundos del
subsuelo, y produce grandes emisiones de dióxido de carbono, agravando el
efecto invernadero. Geológicamente, la “fracturación hidráulica” puede causar
accidentes sísmicos. Se responsabiliza a este procedimiento de causar al menos
dos temblores de tierra en Gran Bretaña y otro en Arkansas. Por estas razones,
Estados Unidos necesita el crudo venezolano, que llega a las plantas de
refinería de Houston en un máximo de 72 horas. En cambio, el crudo de Oriente
Medio necesita 45 días de viaje.
LA DOCTRINA DEL DESTINO MANIFIESTO
Evidentemente, no es el pueblo norteamericano el
que ha organizado esta ofensiva simultánea contra Siria, Ucrania y Venezuela,
sino la elite que controla el poder político, militar, mediático y financiero.
Hace poco, Vicenç Navarro nos recordaba que esa elite excede el 1% que se le
atribuye. Es cierto que el 1% controla el 35’6% de toda la riqueza, pero un 9%
controla otro 39’5%. Si sumamos ambos porcentajes, descubrimos que el 10% posee
el 77’1% de la riqueza de Estados Unidos. En ese 9% hay que incluir a los
directores de los grandes grupos mediáticos, los políticos y los intelectuales
al servicio del poder, como Samuel Huntington, que inventó la teoría del choque
de civilizaciones para justificar el imperialismo norteamericano en Oriente
Medio. Se podría decir que ese 9% es la primera línea de combate contra la
libertad, la democracia, la paz, la igualdad y los derechos humanos. Su trabajo
consiste en manipular, desinformar y ocultar la verdad. Su agresivo y
fraudulento lenguaje convierte a las víctimas en verdugos y a las guerras
imperialistas en injerencias humanitarias
Gramsci
nos enseñó que la hegemonía del capitalismo no se basa tan sólo en el control
de los aparatos represivos del Estado. Aunque su poder es enorme, el
capitalismo podría ser derrotado. Tal vez no hoy ni mañana, pero sí en un
futuro, donde la humanidad, explotada y brutalmente empobrecida, se rebelara
airadamente contra sus opresores. Todos los imperios han caído antes o después
y Estados Unidos no será una excepción. Sin embargo, el poder de sus clases
dominantes no se basa simplemente en su poder económico y militar, sino en su
hegemonía cultural. El capitalismo norteamericano controla el sistema
educativo, los medios de comunicación y las instituciones religiosas. Son los
instrumentos necesarios para educar a las masas en la obediencia, la pasividad
y el miedo. Podemos afirmar que en Europa sucede prácticamente lo mismo. Sin
apenas apreciarlo, los ciudadanos interiorizan los valores que determinan y
justifican su opresión. El patriotismo es uno de esos valores. Todo indica que
el 11-S fue una operación de Bandera Falsa. No sabemos si organizada desde la
cúpula del poder o desde un sector del gobierno y las Fuerzas Armadas. Después
de la desintegración de la URSS, las elites que dominan el país sintieron que
había llegado la hora de materializar el Destino Manifiesto de los Estados
Unidos, que ya no se limitaría a su formulación original por el periodista y
columnista John L. O’Sullivan: “El cumplimiento de nuestro Destino Manifiesto
es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la
Providencia” (Democratic Review, 1845). Después de la Segunda Guerra Mundial,
Estados Unidos pensó que sus ambiciones habían resultado demasiado modestas y
que su dominio no debería restringirse al continente americano. Estados Unidos
reconoce oficialmente que tiene 702 bases militares en 130 países, pero algunos
afirman que el número real es mucho mayor, pues hay bases secretas con una
ubicación desconocida. Es cierto que el Pentágono acaba de reducir el número de
soldados de sus Fuerzas Armadas en 70.000 efectivos, pero esta modificación no
afecta a sus planes de expansión. Simplemente, las intervenciones militares
directas serán sustituidas por guerras civiles instigadas desde el interior de
los países que se aspira a controlar. Somalizar Libia, transformando una nación
próspera en un Estado fallido, o balcanizar Irán, con sus doce nacionalidades
diferentes, es más efectivo a largo plazo y evita bajas norteamericanas, con su
carga de impopularidad. Es posible que la crisis de Ucrania represente uno de
los momentos más críticos de la historia reciente, pero un enfrentamiento
militar directo entre Moscú y Washington no parece probable. De momento,
Estados Unidos ha congelado sus relaciones militares y comerciales con Rusia y
Putin ha declarado que se reserva el derecho a intervenir en el este de
Ucrania, si bien excluye la posibilidad de anexionarse Crimea. Estados Unidos
no es un aprendiz de brujo, sino un imperio con una ambición sin límites. Si
queremos cambiar el rumbo de la historia, el primer paso será luchar por la
verdad y no permitir que las aulas, los periódicos y los púlpitos sigan
imponiendo una versión deformada de los hechos. Hay que luchar en la calle, sí,
pero también en los espacios que se utilizan para forjar un relato basado en
simplificaciones y mentiras. El saber no es un privilegio, sino un deber
revolucionario y el verdadero fundamento de la libertad.
RAFAEL NARBONA
Poniendo las cosas claras
sobre los acontecimientos de Ucrania
Estas cuestiones
deben de quedar claras sobre los acontecimientos en Ucrania:
- Ante todo se trata de una disputa interimperialista entre EE.UU y la U.E por una parte y Rusia por otra parte, que se disputan el control de Ucrania, pues se trata de un enclave geopolítico estratégico importante desde el punto de vista militar-estratégico y del control de los recursos naturales de la zona.
- La actual disputa en Ucrania forma parte de la agudización de las contradicciones interimperialistas por el reparto del mundo que experimenta una peligrosa escalada que podría desembocar en una nueva Guerra Mundial.
- Ni Ucrania era, antes del golpe de estado, un país socialista ni su gobierno progresista sino un estado capitalista en la orbita del Imperialismo ruso.
- Tras la caída de la URSS revisionista y la independencia ucraniana, la Rusia capitalista ha maniobrado en Ucrania para defender sus intereses políticos y económicos apoyando a sectores de la burguesía ucraniana afines a sus intereses. Los EEUU y la UE han hecho lo propio apoyando a sectores oligárquico-burgueses afines a sus intereses político-económicos, hasta el punto de llegar a apoyar abiertamente a grupos nazi-fascistas para forzar, mediante un golpe de Estado, la entrada de Ucrania en la UE, lo que tendrá para el pueblo trabajador ucraniano dramáticas consecuencias: paro, destrucción de salarios y derechos, empobrecimiento masivo y generalización de la miseria.
- Las políticas capitalistas y reaccionarias de los sucesivos gobiernos de Ucrania provocaron una crisis social y económica agudas que desencadenaron un profundo malestar social en el pueblo y este malestar ha sido el caldo de cultivo utilizado hábilmente por las potencias imperialistas occidentales para promover y legitimar un golpe de Estado fascista contra un presidente que no respondía a sus intereses.
- Con el objetivo de derrocar a Yanukovich EE.UU y la U.E no han dudado en promocionar el fascismo, el antisemitismo, el racismo y el anticomunismo, logrando finalmente colocar sin escrúpulos un gobierno neonazi-europeista y al país al borde de la guerra civil. EE.UU y la U.E han promovido y financiado al fascismo en Ucrania como trampolín para situar a Ucrania bajo su tutela e intereses.
- Denunciar la vileza del Imperialismo Occidental, que no ha dudado en apoyar a los nazis y fascistas en Ucrania, no justifica hacerse ilusiones o engañarse respecto a Rusia, que es otra potencia imperialista que se mueve por intereses geopolíticos y estratégicos . Ningún comunista puede dudar de la naturaleza imperialista, reaccionaria y capitalista de Rusia y que su actuación no responde a intereses filantrópicos.
- La lucha contra el Imperialismo tiene que hacerse contra todos los imperialismos, no solo contra el imperialismo occidental. Tanto EE.UU, la U.E. Rusia y China son potencias imperialistas. Aunque hay que reconocer que actualmente es el Imperialismo yanqui el enemigo nº1 de los pueblos y oprimidos del mundo, el más agresivo y la amenaza más grande para la paz.