Cinco reglas para entender
lo que pasa en Libia
Por: Jon Lee Anderson
Para aquellos que puedan estar sintiéndose desconcertados por las noticias sobre Libia, aquí les presento una lista de algunas cosas que hay que tener en cuenta, y que son producto de la observación del desarrollo del conflicto a lo largo de los últimos siete meses.
1. Presuponga que nada es lo que parece
Cuando los rebeldes tomaron Trípoli, virtualmente sin oposición, se informó que el hijo y heredero oficial de Gadafi, Saif al-Islam, había sido arrestado. Antes de que terminara el día, se supo que tal especie era falsa: no sólo no estaba bajo custodia policial, sino que circulaba por la ciudad, supuestamente tomada por los rebeldes, haciendo alarde de su libertad y burlándose abiertamente de éstos, diciéndoles que habían caído en una trampa. Mientras tanto, su padre no aparecía por ningún lado y no había sido localizado; en torno a la ciudad, las fuerzas que le eran leales reaparecían y estaban dando la pelea, incluso cuando, un día después, los rebeldes tomaban la residencia del líder. Súbitamente, al “remate” de Gadafi le había salido una postdata, y parecía que era él mismo quien la escribía. ¿Cómo fue posible que esto sucediera? Siguiente regla:
2. Gadafi es un zorro del desierto
En sus cuarenta y dos años en el poder, Muamar el Gadafi se ha presentado como muchas cosas distintas para mucha gente: como autoproclamado libertador socialista; como el vidente beduino definitivo del Norte de África; incluso como el extravagante, a punto de ser ungido y futuro rey de África. Para muchos, tanto en su país como alrededor del mundo, Gadafi es un sabio y un payaso, cuyo largo gobierno e interferencia permanente a nivel global ha sido posible gracias a los petrodólares y a una brutal banda de mercenarios bien pagados. Hay algo de cierto en cada una de estas aseveraciones. Pero, más que cualquier otra cosa, Gadafi es, primero y principal, un diabólico y astuto sobreviviente que, cuando no ha podido recurrir al soborno o a ganarse la complicidad de los que se le oponen otorgándoles prebendas, ha triunfado sobre sus enemigos utilizando el engaño y la traición. Estas son sus señas más notorias en el campo de batalla, y han sido parte del panorama durante estos últimos meses de guerra.
A mediados de marzo, tras dos semanas de rápidos triunfos en su avance hacia la capital provisional de los rebeldes en Benghazi, y en vísperas del ataque ya anunciado por las fuerzas de la OTAN, Gadafi declaró un cese unilateral de acciones militares. Apareció en la televisión libia para decir cuánto amaba a la gente de Benghazi y cuánto deseaba hacer cosas por ellos; cómo, esencialmente, todo lo que quería era paz y amor. En ese mismo instante, como se sabría después, sus columnas armadas avanzaban, por orden suya, entre gallos y medianoche, para atacar Benghazi. Al amanecer, habían cruzado los límites occidentales de la ciudad, tomando a los rebeldes por sorpresa, lo que generó una batalla sangrienta pero, afortunadamente, breve. Las fuerzas de Gadafi fueron repelidas, y los aviones y misiles de la OTAN entraron por fin en acción, salvando Benghazi, a los rebeldes y, a fin de cuentas, a la rebelión libia misma, a la hora de las chiquiticas y con el segundero en marcha. Las tácticas de Gadafi, sin embargo, sirven de ilustración para la regla siguiente.
3. La confusión es el terreno ideal de Gadafi
La manera en la que los rebeldes entraron a Trípoli hace algunos días, llenos de júbilo ante la ausencia de oposición armada, fue un comportamiento característico de neófitos. En marzo y abril, cuando el conflicto armado comenzó a tomar fuerza, los rebeldes, de modo consistente, se arriesgaban en exceso, atacando las ciudades del este de Libia y “espantando”, en apariencia, a las fuerzas de Gadafi, que se retiraban, sólo para ser detenidos súbitamente, con contraataques sanguinarios por parte de las tropas del gobierno, que aparecían, invariablemente, —como ya había sucedido en Trípoli— “sin que nadie supiera de dónde”. En esas circunstancias, el aparentemente absoluto descuido de los rebeldes, en este momento decisivo, fue, desde donde se lo vea, asombroso, y pone de bulto serias y continuas deficiencias de mando y liderazgo que las fuerzas aéreas “a control remoto” de la OTAN y sus equipos encubiertos destacados en la zona de combate, constituidos por Fuerzas Especiales (francesas, inglesas y catarís, se dice), no han podido contrarrestar. En el campo de batalla, el conocimiento del propio enemigo es clave, y Gadafi conoce a fondo el corazón y la mente del pueblo libio, y su temperamento también, y ha mostrado de modo consistente que es muy hábil a la hora de explotar ese conocimiento para sacarle ventaja a las oportunidades que le otorga la desorganización de los rebeldes para sembrar aún más confusión entre sus filas. Todavía puede perder la guerra, pero en este momento, en Trípoli, lo que reina es la confusión, y eso le da a Gadafi, y no a la OTAN (cuyos aviones no pueden darse el lujo de bombardear una ciudad llena de civiles) ni a los rebeldes, una ventaja crucial.
4. Deje que la Teoría del Caos sea su guía
Si su capacidad de manejar el caos para su propio beneficio es una de las grandes cualidades de Gadafi, el caos es también, aparentemente, uno de los aspectos inevitables de la vida en Libia. Puede confiarse en que aparezca, y también en que, en última instancia, determine el campo de batalla en Libia. Es, en términos de Rumsfeld, un “imprevisto previsible”. Para decirlo en términos más prácticos, se puede contar con que el caos aparecerá, por ejemplo, cada vez que se tenga la impresión de que los rebeldes han logrado algo importante en el campo de batalla. Comenzarán inevitablemente a echar tiros al aire y a bailar y a cantar, sin tomar en cuenta que su enemigo puede estar cerca, a la espera, agazapado, preparado para abrir fuego y contraatacar. Cuando los rebeldes reaccionan de esta manera, lo hacen siguiendo una tradición de comportamiento libia que es parte esencial de su modo de concebir la guerra, y que viene de los tiempos en los que los guerreros beduinos, armados sólo con espadas, o quizás mosquetes, atacaban y hacían huir a sus enemigos en medio de una planicie del desierto, para luego declarar la “victoria” en ese instante y lugar.
5. Los rebeldes aún tienen que aprender a escribir sus propias reglas
Todavía le están siguiendo el juego a Gadafi. La falta de liderazgo entre los rebeldes es, de muchos modos, un problema: no hay ninguna figura carismática de su lado. En los momentos en los que la hubo, Gadafi consiguió el modo de socavarla, como con Fatah Younis, quien fuera su ministro del interior, se sumó a la rebelión y fue asesinado, finalmente, por otros rebeldes. (Gadafi sembró la confusión, en este caso, haciendo transmitir, por televisión, imágenes no fechadas de ambos, por ejemplo). Incluso si los rebeldes logran, como parece posible, hacerse con el control de Libia con la ayuda de la OTAN, el que puedan arreglárselas luego para crear un gobierno de unidad para este maltratado país debería darle a uno materia para la reflexión, sin importar lo que uno desee. Gadafi no sólo ha determinado el campo de batalla: también le ha dado forma al paisaje humano de Libia por cuarenta años.
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