La invasión de Libia:
el rostro criminal del imperialismo
Por Bill Van Auken
El ataque de la OTÁN a Libia, una criminal guerra imperialista desde su inicio hace cinco meses, ha derivado en una completa operación de asesinato debido al intento de los agentes de fuerzas especiales y de inteligencia de perseguir hasta la muerte al líder Muamar Gadafi.
Desde el comienzo, el objetivo central de esta guerra ha sido tomar control de las reservas de petróleo de Libia, la más grande del continente africano, y llevar a cabo una muestra de fuerza imperialista como medio de reprimir y contener los masivos movimientos populares que hace tan sólo unos meses atrás derrocaron a los regímenes patrocinados por EE.UU. y la OTÁN de Mubarak en Egipto y Ben Ali en Túnez.
“Operación Protector Unido”, como la OTÁN denominó al ataque militar, habría sido llamado más correctamente “Operación Violación de la Mafia Imperialista”. Los EE.UU., Gran Bretaña, Francia e Italia, cada uno persiguiendo sus propios intereses en Libia y más ampliamente en la región, se unieron con el propósito común del “cambio de régimen”.
Para alcanzar este objetivo, aviones de guerra de la OTÁN llevaron a cabo 20,000 misiones de combate, destruyendo escuelas, hospitales y hogares, masacrando un número incalculable de soldados libios, muchos de ellos jóvenes reclutas.
Repudiando los términos de la resolución de las Naciones Unidas que autorizaba “todos los medios necesarios” para proteger a los civiles, las potencia de la OTÁN, incluyendo a los EE.UU., Francia y Gran Bretaña, enviaron tropas de fuerzas especiales, mercenarios de contratistas militares y agentes de inteligencia para armar, organizar y liderar a los denominados “rebeldes”, cuya principal función era sacar a las fuerzas del gobierno libio para que éstas puedan ser eliminadas desde el aire.
La pretensión de que esta es una guerra para proteger a civiles ha sido desenmascarada como una obscenidad moral; el número de víctimas solamente en Trípoli alcanza las cifras de miles y las bombas y misiles de la OTÁN continúan cayendo sobre áreas ampliamente pobladas.
Para encontrar un ejemplo similar, uno tiene que volver a la década de 1930 en la cual, como ahora, el capitalismo mundial estaba en las garras de una grave crisis económica. En ese entonces, la humanidad fue pasmada por la salvaje agresión desatada por la invasión italiana de Etiopía, el apoyo de Hitler de los Sudetes alemanes para repartirse Checoslovaquia, y el envío de la Legión Cóndor alemana para bombardear España a favor de la insurgencia fascista de Franco.
En aquel tiempo, estos violentos actos de agresión eran vistos como parte de la caída del capitalismo mundial hacia la barbarie. Hoy, actos similares en Libia son proclamados de ser el florecimiento del “humanitarismo” y de la “democracia”.
Durante aquel período, el presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt hizo un llamado al carácter democrático del pueblo estadounidense—mientras que sin duda posicionaba a los EE.UU. para lograr sus propios objetivos imperialistas—al exigir una “cuarentena” de la agresión fascista.
Roosevelt declaró en 1937: “Sin una declaración de guerra y sin aviso o justificación de cualquier tipo, civiles, incluyendo vastos números de mujeres y niños, están siendo asesinados despiadadamente por bombas desde el aire… Las naciones fomentan y toman posiciones en guerras civiles en naciones que nunca les han hecho ningún daño. Las naciones que demandan libertad para ellas mismas se las niegan a otras. Gente inocente, naciones inocentes, son cruelmente sacrificadas por una avaricia de poder y supremacía que se encuentra totalmente desprovista de cualquier sentido de justicia y consideración humana.
Estas palabras de hace tres cuartos de siglo se leen como una acusación de la administración Obama y de los gobiernos de Cameron, Sarkozy y Berlusconi.
Los juicios de Nuremberg después de la Segunda Guerra Mundial establecieron a la guerra agresiva como “el supremo crimen internacional, diferenciándose de otros crímenes de guerra porque éste contiene dentro de sí la acumulada maldad de todos”.
Esta concepción fue incorporada a las Naciones Unidas, la cual prohibió “la amenaza o uso de fuerza contra la integridad territorial de la independencia política de cualquier estado”.
Sin embargo, dentro de la clase política prácticamente no hay ninguna crítica de la guerra agresiva llevada a cabo por los aliados de la OTÁN. Los sinvergüenzas de los medios de comunicación completamente se han integrado a la maquinaria de guerra imperialista, literalmente pasando por encima de los cadáveres y escondiendo de las cámaras a los mercenarios occidentales para maquillar mejor su propaganda sobre la “revolución” y liberación” en Libia.
La fuerza motriz detrás de la guerra en Libia es el imperialismo, adecuadamente descrito por Lenin como reacción en su totalidad. Es una guerra que está siendo llevada a cabo por los predatorios intereses del capital financiero. Está diseñada para producir aquello que se refiere tanto en la prensa financiera como una “bonanza”, no sólo para los mayores conglomerados de energía, sino para los bancos y corporaciones, mientras que al mismo tiempo apuntalan las vastas fortunas acumuladas por la élite dirigente por medios de especulación financiera, el hacer caer los costos de labor en Estados Unidos y Europa y la explotación de la mano de obra barata en todo el mundo.
La verdad asesinada por la corrupta prensa mediática cómplice del genocidio en libia |
El gangsterismo internacional va mano a mano con la criminalidad política y económica doméstica. La agresión afuera del país se encuentra inseparable de los ataques despiadados a los estándares de vida y derechos básicos de amplias masas de gente trabajadora en Europa, Estados Unidos y prácticamente en cada país principal del mundo. Mientras que les dicen a los trabajadores en todos lados del mundo de que no hay dinero para pagar por trabajos, educación, salud, pensiones y otros servicios sociales, miles de millones son gastados para bombardear e invadir Libia sin que se haga ninguna pregunta.
Una característica notable de la guerra en Libia es la manera como se han movilizado detrás de ella un estrato socio-político de ex izquierdistas de clase media, académicos liberales y ex manifestantes. Este es un proceso que se ha ido desarrollando sobre el curso de varias décadas, acelerada por la desmoralización de una sección de este estrato cuyo “izquierdismo” dependía en gran medida de la burocracia estalinista soviética y comenzó a disiparse con la auto liquidación de la burocracia. Otros se agruparon detrás de la intervención imperialista en los Balcanes, atraídos en aquel entonces, como ahora, a las falsas pretensiones de que los más grandes agresores del mundo realizaban una guerra por “derechos humanos”.
Hoy, uno tendría que ser ciego para no ver el profundo cambio que toma lugar dentro de este estrato. Están los sinvergüenzas académicos como Juan Cole, el profesor de historia de Oriente Medio de la Universidad de Michigan quién usa su reputación como un crítico de la guerra contra Irak del gobierno de Bush para vender la guerra contra Libia por el gobierno de Obama.
En Europa, grupos como el Nuevo Partido Anti-Capitalista (NPA) han usado a la guerra para forjar lazos más estrechos con sus propios gobiernos y promover los intereses de sus propias élites dirigentes. Ellos representan un completo estrato de la clase media privilegiada que está siendo reclutada como nuevos simpatizantes del imperialismo. Sus políticas son esencialmente indistinguibles de aquellas de Obama y la CIA.
La guerra contra Libia no ha ganado apoyo popular en ninguno de los países agresores. La gente trabajadora instintivamente sospecha que esta guerra, como aquellas que la precedieron, está siendo ejercida para el beneficio de la oligarquía financiera y a expensas de las amplias masas.
La lucha contra la guerra y el imperialismo sólo puede ser llevada hacia adelante si se centra en la clase trabajadora. La lucha contra la guerra y la destrucción de empleos, los estándares de vida y los derechos sociales básicos y democráticos son hoy día inseparables. El militarismo en el extranjero y la contrarrevolución social dentro de la nación tienen raíces objetivas comunes en la insoluble crisis capitalista. Solamente pueden ser derrotadas a través de la movilización política y la unidad internacional de la clase trabajadora en la lucha por el socialismo.
Tomado de http://www.wsws.org/es/articles/2011/sep2011/span-s08.shtml
CNT: las ratas siembran la peste Libia