Más allá de Libia, todos somos bombardeados


Más allá de Libia,
todos somos bombardeados

Por: Juan Carlos Camaño (Presidente de la FELAP)

Las transnacionales de la información–comunicación, atadas al oro, al sube y baja de las bolsas e implicadas en el robo de petróleo, empujan y empujan a sus periodistas más obedientes –y a novatos ignorantes– a tropezar nuevamente con la misma piedra: Kadaffi, el diablo, como ayer Sadan Husein –ejecutado– y el feroz Bin Laden –¿ejecutado?–. 

Recordemos: una historieta de armas químicas, invasión a Irak –con las cámaras de la cadena oficial de invasiones del Siglo XXI empotradas en los tanques libertarios–, un millón de víctimas, EE.UU. apropiándose del petróleo y poniéndose a tiro de escopeta de Irán. Avance geoestratégico. Muerte a un ex aliado histórico: el lucifer Sadam. 

Continuemos: “un grupo de elite de Al Queda se lanza contra las Torres Gemelas y el Pentágono” (¿?). La cadena oficial de invasiones del Siglo XXI, y sus repetidoras, fogonean la invasión a Afganistán. Decenas de miles de muertos. Entre ellos, no hace tanto –según la prensa occidental– el Satanás Osama Bin Laden, otro ex aliado de EE.UU. Apropiación de la producción y comercialización del opio y la heroína, el gas y el petróleo, y gran avance en el posicionamiento geoestratégico, sin sacar la mirada de Irán. 

Ahora: armado de una “guerra civil” en Libia, imágenes y cuentos referidos a “la tenebrosa familia Kadafi” –ex aliada de EE.UU.–, invasión con llegada a Trípoli, matanza de miles de civiles, cantos de victoria y banderas al viento captadas por la cadena oficial de noticias de las invasiones del Siglo XXI. Hay petróleo en abundancia. El 80 por ciento de los hidrocarburos se repartirán entre EE.UU., Gran Bretaña y Francia. 

Agregado: Kadafi había hecho pública su intención de quitarse de encima el dólar y el euro, proponiendo una moneda unificadora para África: el dinar de oro. 

Datos no colaterales: ninguna casualidad con lo que ocurrió y ocurre en Túnez y Egipto. Pura causalidad. Alteraciones “espontáneas” de las masas y detrás, montándose en la euforia social por el cambio –y en ausencia de una organización política que sostuviera las demandas con un programa mínimo– la jugada gatopardista para un mayor control militar, con un ojo puesto en Argelia. En la maniobra, como de costumbre, la profundización del discurso pro democracia y libertad: el guante blanco de la mano que mece la cuna desde Washington.

Enseguida, para que nada se salga de cauce: inyecciones de fondos –“dinero fresco”– para el desarrollo y condonación de deudas en Egipto y Túnez, evitando –en el avance geoestratégico– posibles grietas en el cerco a Libia. Con Irán, siempre, entre ceja y ceja. No ha habido, no hay, puntadas sin hilo. 

En Pakistán –hagamos memoria– antes y mucho más después del episodio versus Bin Laden, el gobierno local y cabecillas militares, sospechados de desacato al Pentágono, están contra las cuerdas, lo cual habilita a la CIA a pasearse, más a sus anchas aún, por un escenario minado de soplones y mercenarios, comprados por no mucho más de un plato de lentejas. Mientras, se avanza en lo geoestratégico. Hay allí, gas y petróleo. 

Michell Colon, periodista y escritor belga sostiene que el escarmiento a Kadafi es en respuesta –entre otros fines– a su negativa de formar parte del Africon y la OTAN, vías rápidas de desintegración a manos del neocolonialismo. La misma suerte que Libia habrán de correr, según Collon, Sudán, Costa de Marfil, Zimbawe y Eritrea, escalones de diferentes tamaños para alcanzar la reconquista de África. 

Por otra parte, y al mismo tiempo: una catarata de palabras en boca de analistas económicos aturden día y noche recomendándonos “el mejor refugio financiero del momento”: su majestad, el oro. Un bombardeo que no cesa, sobre poblaciones que envejecen, en medio de jóvenes sin trabajo, de ricos que no paran de enriquecerse, de masacres “narcotraficadas”, de ocupaciones de tierras –compradas a precio vil en distintos países– por transnacionales del agro, la minería, hidroeléctricas y de deforestación. Invasiones “inversionistas” a mediano y largo plazo. Por ahora, sin alzamientos de “rebeldes”, ni presencia explícita de fuerzas de “paz” distribuyendo alimentos entre cadáveres y escombros. 

Y sin solución de continuidad, la industria del entretenimiento, usina de alienaciones globales. Información–des–información. Comunicación–incomunicación, a caballo de “maravillas” tecnológicas, producidas, reproducidas y consumidas a la velocidad de la luz: muestra de la irracionalidad de un sistema predatorio. 

Y en el fárrago informativo–des–informativo, David Camerón, primer ministro de Gran Bretaña, procurando saber en qué quedó aquello de la flema inglesa, abrasada por las llamas de una protesta con matices de lucha de clases, insatisfacciones juveniles e indignación de los inmigrantes, los discriminados, los sin techo y los sin futuro. 

Y Sarkozy, más Merkel, adustos, sobreactuando advertencias desde el comando de la doble locomotora de una “Europa que no descarrilará”. Temeridad discursiva frente a los humores del mercado, que en devolución mandaron para atrás a la locomotora, sometiendo por un par de días a todas las bolsas del mundo –y especialmente a la politiquería sin ningún estadista en sus filas–, a revolcarse por debajo de la línea del subsuelo. 

En un tablero gigantesco, de dinámica diabólica, EE.UU. “avanza” desesperado en Libia y más allá de Libia: provocándole altísimos costos al conjunto de la humanidad. Todos, de una manera u otra, somos bombardeados. En tal situación, la información–comunicación dominante apela a eufemismos frente a los genocidios de la OTAN, sin recordar que hace unos pocos minutos –digamos meses– el Premio Nobel de la Paz le fuera otorgado al señor Barack Obama, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos de Norteamérica. La máquina de matar. 


Fosas comunes que las mercenarias tropas de la OTAN están sembrando en todo Libia


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